Entre los pobladores de la noche, solo la lechuza se ha fijado en ella.
La ve erguida en el alto ventanal, el cuero negro cubre la nacarada piel, sus ojos, más rojos que sus labios, han hecho que repare en ella. Son destellos rojos que no dejan de vigilar la ciudad.
Sin embargo, no observan nada, solo están esperando. Esperan que llegue la mañana, que la bruma les deje entrever el sol. Entonces podrán descansar.
El se ha ido antes, aunque la lechuza ya no recuerda que aspecto tenia, vio una capa oscura quizás, un ave veloz, quizás no ha vio nada.
Veo una lechuza, que feliz ella que puede vivir entre claroscuros. Yo que hice de mis días: penumbra detrás de una sombra. Aun hoy persigo lo imperseguible. Deambulo de aquí para allá sin encontrar la paz.
La ve desaparecer detrás del ventanal, oscura.
No sé ya cuanto tiempo hace que no puedo verme en el espejo, hoy, ayer, talvez hace ya muchos años que he dejado de esperar la noche, de buscarlo en la oscuridad, de perseguirle en sueños hasta encontrarlo en esta alcoba. De anhelar cada noche poder ser como el. No, ahora solo deseo que llegue la mañana, para poder descansar, para poder olvidar lo que ahora me perturba, para poder olvidar que tengo SED.
La lechuza se alza, se asoma al gran ventanal en busca de aquellos ojos que la han inquietado toda la noche, sin embargo, su atención recae en unas gotas rojas que reposan, olvidadas, en el suelo. Como le atrae el rojo.
mia© 17-01-11